Comentario
Capítulo CXXVIII
Que trata de cómo visto el mandado de los oidores los alcaldes de las ciudades tomaron la mano a ir a poblar la ciudad de la Concepción y del suceso
Visto por los alcaldes de todas las ciudades de arriba, que al presente estaban en la ciudad de Santiago, lo que los señores oidores por su provisión mandaban, cada uno con la gente de las ciudades se fueron a poblallas, no entendiendo lo que la provisión mandaba, que era que los de la ciudad de Santiago mandasen y proveyesen aquello que conviniese a la ciudad de la Concepción. Y cada uno tomólo por sí por mandar el tiempo que le cabía, que yo vi en esta gobernación doce cabezas.
Y ansí los alcaldes de la Imperial se fueron a su ciudad, y los de la Villarrica a la suya a poblarla con treinta y cinco hombres, y los del pueblo de los Confines se fueron a poblarle. De este pueblo no he dicho porque nunca ha estado poblado, sino un mes solamente. Antes que el gobernador muriese señaló aquel asiento para poblar un pueblo, que es en triángulo de la ciudad Imperial y de la Concepción a la falta de la cordillera nevada. Y los de la Concepción se fueron con sesenta hombres a poblalla. Y ansí se dividió la gente, que no quisieron dar socorro, ni ir a favorecer a los de la Concepción para que se sustentase aquella ciudad.
Visto por el general que los alcaldes tomaban la mano y que él no era parte para estorbárselo, aconsejó a los de la Concepción que no entrasen a poblalla en su asiento, sino que estuviesen cuatro leguas o cinco en los llanos de Quilacura, porque el asiento de la Concepción tiene malos pasos y malas entradas a causa de la cordillera que tengo dicho que pasa por ella. Y a este efecto les dijo Francisco de Villagran a los vecinos de ella, que porque iba poca gente para poder sustentarla. Llegados que fueron al asiento de Quillacura, no quisieron sino entrar, aunque de los más vecinos fueron requeridos que no entrasen, porque se ponían en muy gran peligro. Mas, no mirando los alcaldes el inconveniente, entraron. Y entrados dentro, enviaron dos hombres a esta ciudad de Santiago a decir cómo estaban poblados y que les enviasen algún socorro. Estando los mensajeros en la ciudad de Santiago, pasó cinco leguas de allí el maestre de campo Pedro de Villagran con diez hombres, el cual habló con un alcalde de ellos que estaba con veinte hombre corriendo la tierra, el cual se vino a esta ciudad de Santiago, visto que la voluntad de los alcaldes era quererse estar en la Concepción.
Estando en este medio tiempo, visto los indios que eran pocos españoles, se ajuntaron y dieron en ellos un sábado, veinte y cuatro de noviembre del año de 1555, y pelearon con ellos los españoles, y como eran pocos no pudieron resistirlos. Hiciéronlos huir y dejar la ciudad con pérdida de diez y siete españoles, y en un navío que tenían en el puerto se escaparon algunos echándose a nado, y los demás por tierra se volvieron a la ciudad de Santiago.
Acabados de desbaratar los españoles de la Concepción, les venían catorce hombres de socorro de la ciudad Imperial, que es de allí cuarenta leguas, y entraron lunes siguiente. Y como vieron indios muertos y los españoles que no estaban en el asiento, subiéronse por el río de Andalién arriba, y toparon un indio de la otra parte del río que se estaba lavando, y llegáronse los españoles a la orilla y le preguntaron qué cuyo era. Y el indio se salió del agua y se vistió y tomó una lanza, y blandeándola les dijo: "Mamo inche y tata", que quiere decir tanto como "éste es mi amo señor". ¡Cierto fue dicho para ponerle aquí!
Los españoles se volvieron a la Imperial sin que los indios los enojasen, a causa que con la vitoria pasada estaban todos juntos en sus convites, porque es su costumbre de que salen con alguna victoria se juntan a beber. Sabido este negocio los españoles que estaban en los Confines, despoblaron el pueblo y se fueron a la Imperial.
Visto por el general Francisco de Villagran la despoblación de la Concepción segunda vez, y cómo les habían muerto diez y siete españoles, acordó de despachar un galeón que estaba en el puerto de Valparaíso, para que fuese a la ciudad de Valdivia. Navegando este galeón para hacer su viaje, pasó adelante de Valdivia a causa de que, como he dicho, cuando vienta el norte oscurece la tierra. Dieron en una bahía diez y siete leguas de Valdivia. Fue Dios servido que se escapase la gente. Solamente se ahogó un esclavo.
Estuvieron aquí dos meses sin que los indios los enojasen, y en este tiempo aderezaron el batel lo mejor que pudieron, y se metieron en él todos, que eran veinte y siete españoles y cuatro mujeres que iban con sus maridos, y así se vinieron a la ciudad de Valdivia. Luego los de la ciudad de Valdivia e Imperial despacharon aquel barco a la ciudad de Santiago, avisando al general la necesidad que tenían de socorro. Y visto los despachos por el general Francisco de Villagran, y viendo que por tierra no los podía socorrer, acordó de ir a visitar aquellas ciudades. E con sus amigos se fue al puerto de Valparaíso, donde se embarcó con treinta soldados e navegó para hacer su viaje. Y como en este tiempo vienta el viento sur como ya tengo dicho, es trabajosa la navegación. Por ser a veinte de noviembre e por la necesidad de bastimento, le fue forzoso arribar al puerto, e se desembarcó.
Sabido por los alcaldes de la ciudad de Santiago que el general había arribado e que se venía a la ciudad, le escribieron que no entrase en la ciudad más de con dos criados, porque ansí convenía al servicio de Su Majestad. E visto el general las cartas de los alcaldes, una noche dejando toda la gente, se salió e vino a la ciudad con dos criados, y llegado a la ciudad estuvo en ella sin entremeterse en ninguna cosa, hasta en tanto que llegaron los navíos del Pirú, que fue ocho de mayo de mil y quinientos y cincuenta y seis años, donde le vino una provisión de la Real Audiencia, en que por ella le nombraba por justicia mayor de esta gobernación, para que la tuviese en justicia hasta en tanto que el adelantado Gerónimo de Alderete viniese, porque tenían noticia que venía por gobernador de Su Majestad. Publicada la provisión en la ciudad de Santiago, luego proveyó su teniente a la ciudad de la Serena, estando conformes él y Francisco de Aguirre.
En este tiempo los indios de la provincia de los pormocaes tornaron a enviar sus mensajeros a los indios de Arauco a que viniese la más gente que pudiese a su tierra, y que allí les tendrían mucha comida y todo recaudo para la gente de guerra que trajesen. Puesto allí, se juntarían todos y vendrían sobre la ciudad de Santiago, y que harían la guerra a los españoles.
Visto los indios de Arauco el mensaje que les enviaban, y como estaban victoriosos; pareciéndoles que con el favor de los de Santiago saldrían con ello, e luego enviaron al general Lautaro, el que tengo dicho, con tres mil indios. Partido con esta gente, llegó a un pueblo que se dice Teno, veinte leguas de la ciudad de Santiago, y llegado a este asiento, este capitán indio hizo un fuerte con el favor que le dieron los pormocaes, e metió la comida que pudo e su gente dentro.